miércoles, 26 de septiembre de 2012

El aplauso



Es difícil imaginar qué pasa por la cabeza de los que llevan las riendas de este país. Difícil intentar saber qué opinión real les merece la situación que vivimos y, como no, sus propias actuaciones, qué reflexionarán, si lo hacen, de sus medidas, sus actos, sus mandatos y sus supuestas soluciones. Digo que es difícil imaginarlo porque es más difícil todavía creer que opinan lo que nos dicen; pensar que realmente creen en estas medidas y defienden como la “única y mejor manera”  las actuaciones que en general llevan a cabo.  No pueden pensar, como constantemente, repiten que esto es lo mejor para nuestro país.

Debe ser  la postura del partido que apoya mayoritariamente al gobierno, ese que parece llevar en campaña desde 2004, algo que por otra parte debe ser agotador, también para el intelecto, por supuesto.

Debe ser la postura del partido esa ansia incomprensible por el aplauso. Aplaudir y jalear toda intervención de los miembros del partido que ocupan plaza en el gobierno. No puede ser que todos y cada uno de los parlamentarios del  partido tuvieran espontáneamente un ansia irrefrenable por aplaudir y jalear al presidente del gobierno cuando anunciaba las medidas durísimas y que dejaban en una situación muy complicada, más complicada aún, a muchos ciudadanos, muchos que confiaron precisamente en ellos para una salida posible y mejor de esta ya manida crisis. No creo que a nadie al que se le presuma un mínimo de responsabilidad pública no sienta un pellizco de sonrojo o de vergüenza al apoyar aquél paquete de medidas y, sin embargo, se escuchaban aplausos y casi vítores similares a los que se ven en La Aldea del Rocío cuando la virgen sale de la ermita, sólo  se echaba de menos el “guapa, guapa” tan típico de los fieles del sur. ¿Cómo fue eso posible?
 Lo que pasó ayer en Madrid es una muestra del dolor que existe en este país actualmente. Las durísimas cargas policiales no voy a entrar a juzgarlas, no sé si son necesarias o no, si es lo que tocaba para frenar a una “minoría” peligrosa que parece poder llevarnos a una estado policial cada vez que alguien levanta la voz. Sí sé que no son deseables en democracia. Esto me parece de sentido común. Es por esto por lo que escuchar después al Ministro del Interior  felicitar alegremente a la policía por lo ocurrido y más aún calificar de “magnífica” o “espléndida”  la actuación de los suyos.¿Cómo ha sido esto posible?

No pido que investiguen ni que tomen medidas disciplinarias, ni siquiera que se puedan plantear la posibilidad de que hubiera algún tipo de abuso policial. Lo único que no esperaba era desde luego un  nuevo aplauso. Aplicar los adjetivos de magnífica y espléndida actuación a palos y actos violentos me parece cuanto menos inapropiado.  El descrédito que nuestros políticos denuncian de su profesión es inalienable a declaraciones como éstas y actuaciones como las primeras, a los aplausos que entre ellos se brindan. Lo de ayer no fue una movilización de grupos antisistema o antiglonalización, esos que se manifiestan en todas y cada una de las cumbres del G8; no son jóvenes ingenuos persiguiendo de forma violenta teorías políticas utópicas e irrealizables. Son personas que viven peor que hace sólo tres años y a los que se les está exigiendo que esperen sentados y callados un malvivir seguro para ellos y sus hijos y nietos.  Es imposible aplaudir el camino que nos lleva a esa meta.

martes, 25 de septiembre de 2012

Qué tierra.



Echar de menos una tierra, un lugar, era algo que escapaba a mi entendimiento, pues siempre creía que allí donde estuviesen los míos yo me sentiría en "mi tierra".Lo cierto es que siempre me había hasta jactado de un desarraigo que me hacía más independiente, al menos ante mis propios ojos. La realidad es que vivía en un engaño. Al abandonar Galicia he descubierto porqué es en ese lugar donde nació la palabra morriña. No es que los gallegos tengan una naturaleza más nostálgica que el resto de los españoles, en mi humilde opinión es la propia tierra la que hace que cuando la abandones sientas que has dejado escapar un paraíso vital. Echar de menos los montes, húmedos y solos en los domingos que los visitaba; sus playas de invierno grises y alborotadas donde pasear abrigada con un viento fresco, fresco, en la cara que te hiela el rostro y te saca una sonrisa; esas calles de sus villas empedradas el olor a humedad y a cultura que se da en cada una de ellas. No sólo echo de menos la Galicia de los días de lluvia, esos días gallegos de sol son universalmente conocidos, no conozco una persona que no aprecie la exquisita belleza de su paisaje cuando el sol aparece. En fin que no sé si es mi parte gallega, y sea real el tópico que habla de los gallegos como personas melancólicas, "morriñentas" o es que simplemente una vez la has catado, no puedes dejar de desear volver a vivirla, seas de donde seas y vayas adonde vayas...

lunes, 10 de septiembre de 2012

La cultura del 21




Empieza septiembre lo que hace parecer que estamos de vuelta del verano, que no de viaje ni de vacaciones porque este año, este verano me ha quitado las ganas de casi todo. Aunque más que las ganas ha quitado la posibilidad de muchas cosas, como de ir al cine este otoño, de darme un pequeño lujo en la peluquería, de hacer algo extravagante como comprar un cd… Todo esto, y mucho más, es mucho menos posible a partir del día 1 que nos ha subido los precios y nos ha bajado los “poderes adquisitivos”  de mucho de nosotros.

Muy sangrante es la subida del IVA de la cultura que hace que sea de las más caras de toda Europa.  La realidad es que este hecho ha indignado mucho a los medios de comunicación y a “culturetas” elitistas así como a todos aquellos que viven de la música y que se unieron a la guerra contra internautas en la batalla contra la piratería. Pero no ha parecido molestar a gente de otros sectores. Esto es así porque a veces olvidamos que la cultura es necesaria, insisto necesaria, para todos. Este verano escuchaba una entrevista en la magnífica (hasta este verano por lo menos) Radio3 con la científica Margarita Salas y mientras explicaba las diferentes etapas de su carrera ponía banda sonora a las mismas. No faltaba Bach, no faltaban óperas ni conciertos de las orquestas de aquellas ciudades donde había vivido y ejercido su profesión. La realidad es que no existe entrevista con médico, investigador, matemático u otra cualquiera persona de ciencia en la que no cite a un escritor, filósofo, poeta o músico. La cultura es un conjunto unitario que el ser humano necesita. Está claro que no es el oxígeno ni el alimento, pero también es claro que todos los personajes relevantes de la historia de la humanidad eran personas cultas, fuese cual fuese su campo.  Está claro que con el terrible recorte que ha sufrido la investigación científica en este año andarán mucho más preocupados por ese tijeretazo que por el hecho de comprar una entrada a un espectáculo mucho más cara, pero lo cierto es que todo hombre de ciencias necesita para su completo desarrollo alimentarse de los campos propios de las humanidades, necesita de Proust, de Joyce, de Rossellini  y de Bergman. Es inseparable y por todo esto es fácil imaginar el tremendo daño que nos va a causar que la cultura sea un artículo “común”, un bien más, que no sea considerado necesario ni disfrute de un impuesto reducido.  Está claro que no nos salvaría de ser rescatados ni aumentaría la confianza que ya no tienen los mercados en nosotros, pero nos haría mejores y nos ayudaría a intentar sobrevivir. Porque si algo nos da el cine, la música, la danza y el teatro es la posibilidad de abstraerte y regalarte un pedacito de ilusión, y esto en este momento es como el oxígeno o el alimento, al menos para mí. Nos queda un resquicio, inmenso, de esperanza: los libros, siempre que no sean electrónicos, es esta la cultura del 21, que no del siglo XXI.