domingo, 29 de septiembre de 2013

Bukowski lo manda.

Ha llegado la lluvia en este (todavía) septiembre sofocante. Y con ella irrumpe esa ola de sensaciones que el verano con  todas sus tardes, y todas sus noches, nunca deja aflorar. La lluvia del temprano otoño en esta tierra no te impide salir de casa y mojarte. Te asfixia y no te cala. Te brinda el placer de caminar con chanclas entre los charcos. Te abraza y se mete en tu pecho como si inhalases éter. Trae atardeceres lilas y azules, nubes bajas y esconde a la luna. Escuchas a Madeleine Peyroux y empieza poco a poco, y al mismo tiempo, tan devastadoramente, a invadirte esa inquietud que te trae el otoño. Que te obliga, por ejemplo, a escribir ese tiovivo de imágenes y palabras, que aparece y reaparece, y que en cada vuelta se hace más y más presente sin cesar de subir y bajar. Tienes que escribirlo y quieres escribirlo. Como cuando en un examen ves esa pregunta de desarrollo que tan bien te sabes; como cuando terminan los créditos de esa película que te absorbe. No puedes guardártelo. No lo hagas, es otoño.

Puedes ver Las normas de la casa de la sidra y darte cuenta de lo realmente feliz que eres. Porque tú también estás recolectando manzanas, criando langostas y viendo el mar por primera vez. Porque en esta pequeña e insignificante vida que sabes que llevas, de alguna manera estás encontrando eso que tanto amas y estás dejando que empiece a matarte. Como cuando te preparan la merienda o te traducen una película en catalán, ahí te empieza a matar. Cuando agarras el cuaderno porque has leído a Holden Caulfield y te ha recordado, de esa desgarradora y contradictoria manera, lo bella que puede llegar a ser esta mísera existencia. Y entonces garabateas y decides publicarlo. Al fin y al cabo solo cumples órdenes: deja que te mate.   





jueves, 26 de septiembre de 2013

Los "valores" del arte.

Hay un conocido "dilema" que muchas veces se ha planteado en charlas entre amigos, cenas y también en alguna entrevista que yo he visto en televisión. Es el de qué harías si encontrándote en el Louvre en medio de un incendio tuvieses que elegir entre salvar la vida de un gato o salvar la Gioconda; se pone como ejemplo la Gioconda pero supongo que podrá ser extensible a otra obra de arte universal como sería en El Prado Los fusilamientos de el 3 de mayo o, en caso de ser un individuo extremadamente fuerte, Las meninas. El dilema frente a qué preferirías que perdurase si una vida, un ser vivo, o una obra de arte. Yo no sé qué responder. 

Lo cierto es que el arte puede plantearte, en cualquiera de sus manifestaciones, disyuntivas morales opuestas pero todas ellas convincentes o, por lo menos, "moralmente irreprochables". Al menos a mí sí me ocurre esto, porque no sería yo quien criticase al que de entre las llamas rescate al gato sacrificando la muestra del genio de Da Vinci, ni tampoco condenaría que decidiese dejar a su suerte ( una previsible muerte ) al gato para conservar tal obra maestra. ¿Relativismo moral? Puede. Seguramente sí. 

Una de las nuevas manifestaciones del arte actual, al menos para mí, es la ficción televisiva. La de calidad. La que me hace cerrar un libro o no ir al cine para disfrutar de un nuevo capítulo. Cosas así me ocurren con Breaking Bad, que se acerca a su final el próximo domingo. 



La serie trata, por encima de todo y en mi humilde opinión, de la decadencia moral del ser humano. Este es para mí el quid de la cuestión. Y para esto, como el recurso del político que asciende a las altas esferas o del personaje que alcanza la fama perdiendo sus raíces o sus principios está bastante trillado, el creador de la serie ideó alguien con una existencia relativamente normal. Más bien desgraciada. Lo que ocurre es que pese a su existencia triste el que  no es un tipo corriente es su protagonista. Walter White es un brillante químico (fuera de lo normal) que no puede mantener con su escaso salario de profesor a su familia y costearse su tratamiento de cáncer (desgracia). Y qué ocurre cuando la genialidad y la desgracia se unen, que la normalidad estalla por los aires. Walter es un hombre inteligentísimo, lleno de recursos, tranquilo, frío y reflexivo. La triste vida que lleva no se la merece nadie, pero quizás menos una persona de la talla intelectual del protagonista. Es sin duda injusto. 

Injusticia. He aquí el primero de los valores que plantea la serie. Eso es algo que el espectador percibe desde que tiene conocimiento de la valía profesional de nuestro personaje. No es justo que cobre tan poco, que necesite otro trabajo, que su hijo esté enfermo, que su cuñado lo trate como a un ser inferior y que su mujer cuestione casi todas sus decisiones. Esto es injusto. Sería más justo que Walter disfrutase de la posición que se le desea a las mentes brillantes: una posición económica desahogada y una autoridad notable; además de un seguro médico que le permitiese hacer frente a su enfermedad sin suplicar limosna a cambio de humillarse. Pero, ¿y si para llegar a esto el medio fuese fabricar droga? Sin duda lo rechazaríamos de entrada. Pero aquí entra en juego la estructura que te brinda la televisión y la capacidad de desarrollo que ofrece el que se trate de una serie y no una película. Simplemente consigue que te plantees por qué no, por qué no por un tiempo pequeño, por qué no solo hasta conseguir el dinero necesario... Empiezas a relativizar esos valores que creías absolutos.

Desde luego éste es uno de los primeros ejemplos que muestra la serie, pero durante las cinco temporadas va poquito a poco estirando y estirando el "chicle" que componen tus valores y principios haciéndote, sobre todo, reflexionar sobre tu propia catadura moral, sobre qué es posible que perdonases y hasta dónde comprenderías o tolerarías que lleguase un ser humano. Te descubres entendiendo un asesinato y viéndolo como la única opción para continuar, a veces incluso, aprobando un ajuste de cuentas cruel y sanguinario. 

Este domingo se acaba la serie. En este momento no deseo ningún mal a los dos protagonistas: dos seres que han traficado droga y han asesinado a sangre fría. Los dos. Espero que el capitulo final me salve de esta distorsión y me devuelva al mundo de los blancos y negros morales, donde exista una tajante diferenciación entre el bien y el mal. Y permaneceré así hasta la próxima obra de arte. 

viernes, 20 de septiembre de 2013

Primer contacto



Mi primer contacto con un taller de escritura ha sido una sorpresa que se ha tornado en un placer. Jamás había pensado en escribir de manera creativa y sin duda este taller del CELARD ha sembrado algo en mi cabeza que espero dé algún fruto. El segundo y último día en el taller nos propusieron que, a raíz de una lista de sustantivos que cada uno decíamos, escribiésemos un microcuento. Las palabras no tenían que aparecer todas, ni siquiera tenía que aparecer una de ellas, pero la lista sirvió de inspiración y una de las palabras incendió en mi cabeza una historia que acaba de plantearme.


Pues poco antes de estar sentada en la sala con mis compañeros del taller habíamos estado hablando todos en la entrada de la biblioteca donde éste tenía lugar, más concretamente, yo había estado escuchando a alguno de mis compañeros cómo contaban su experiencia con el gratificante pero arduo proceso de publicación de lo escrito. Relataba uno de ellos que algunas editoriales reciben tu manuscrito y lo acogen con mucho entusiasmo asegurándote su publicación, es entonces cuando valiéndose de triquiñuelas contractuales convierten lo que realmente debería ser una apuesta literal en una actividad de imprenta al uso.

Dentro ya del taller y comenzada la lista de sustantivos apareció, en último lugar, la palabra: RASCACIELOS. Y ahí explotó la bomba; pensé en Planeta, el gigante de las editoriales en España, y vi a una pobre joven lectora, no sé porqué era mujer, delante del imponente edificio de hormigón que da vértigo mirar. Se me apareció como en las películas de los años 50-60 ambientadas en Nueva York, como la torre impersonal y mecánica de El apartamento de Billy Wilder, y ella, abajo, pequeña y hastiada como el oficinista que interpreta Jack Lemmon. Y así mediante esta escena imaginé su calvario y empecé mi “microcuento”:



Ella quería escoger qué leer. Tenía derecho a ello. Este pensamiento persistía aquella noche en su cabeza de camino a casa. Había cumplido un año trabajando para una editorial que llevaba un año menos un día explotándola vilmente. En este año no había podido leer ni un solo libro elegido por ella de manera libre y sin mandatos. Ni un minuto de descanso entre tantos manuscritos enviados por autores desconocidos que perseguían un sueño: ser publicados. Añoraba a los clásicos, las grandes obras de otros tiempos, recorrer una librería o una biblioteca para dejarse llevar y simplemente elegir qué leer.

Entonces se detuvo, volvió sobre sus pasos deshaciendo el camino y se paró frente al rascacielos asfixiante en el que se encerraba cada día a leer y leer lo impuesto. Entró y se dirigió a su zulo. Prendió fuego a ese lugar donde guardaba los montones y montones de papel, contempló como empezaba a arder y se marchó.

http://www.celard.es/ http://celard.wordpress.com/

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Lo peor de nosotros.


 

Leyendo Intemperie, este deslumbrante libro de Jesús Carrasco, pienso en el poco tiempo que ha pasado desde que este país podía suponer para muchos un verdadero infierno. Aunque en la novela el autor, muy acertadamente, no especifica ni el tiempo exacto ni el lugar concreto cualquiera que se acerque a ella puede especificar el período político en el que la misma se desarrolla así como reconocer que es el arduo campo español el que sirve de escenario. 

Esa época relativamente cercana de poderosos sin límites y sin escrúpulos, llenos de crueldad; y época también de sometidos al yugo de aquéllos sin más destino que procurarse la supervivencia. Realmente de eso hace tan poco que quedan todavía muchos que podrían dar testimonio de todo el sufrimiento y el dolor que algunas clases sociales padecían, sin tener otro camino más que el de marcharse. Pienso también en la mala memoria de este país, en el que muchos de aquellos poderosos que amparaba a los sádicos no sólo no  perdieron su poder al acabarse el Régimen, sino que legaron el mismo extendiéndose hasta nuestros días de democracia estando presente en las más altas instituciones de España. Esos mismos pomposos apellidos que estremecían y asustaban a muchos en la época de la Dictadura siguen repitiéndose en el ámbito de la política, la justicia, la enseñanza académica, las universidades y los hospitales. Pienso en lo que me enorgullece pertenecer a una familia sin rancio abolengo, de apellidos comunes, que nada tuvo que ver con que en esta patria mía se ejerciese contra niños, ancianos, gentes de todo tipo, la más abyecta de las violencias. 

Quizá es la cercanía con los personajes de la novela lo que me llena ahora de rencor e incluso de odio. Odio hacia aquéllos a los que no conocí ni padecí. Será este odio lo que me hace despreciar aquella amnistía que fue necesaria para el triunfo de la democracia y que dejó impune tantos crímenes crueles y llenos de saña.  Ese silencio que se impuso en los primeros años de la Transición y que se ha extendido hasta ahora dejando los crímenes no solo impunes sino también incluso sin reconocimiento, como si realmente no hubiese existido la Dictadura y la guerra hubiese acabado en 1977 con muertos, heridos y crímenes por las dos partes. Parece que olvidamos la represión, el abuso y el sometimiento que sufrieron todos los ciudadanos durante el Régimen por los poderosos y sus lacayos. Es el talento del autor al narrar los horrores de la época, la espantosa situación a la que tantos se veían expuestos lo que me hace desear el ojo por ojo, diente por diente. 

A veces la literatura también saca lo peor de nosotros. 

viernes, 13 de septiembre de 2013

Ya estás aquí.














Septiembre. Tardo en escribir de ti porque me irritas, me molestas y hasta me haces daño. Porque septiembre con el paso de los años deja de ser ese mes de nuevos horizontes para convertirse en el verdadero jarro de agua fría del año. Ese que te recuerda todo lo que ibas a lograr dos o tres "septiembres" atrás y no has alcanzado. Te muestra sin optimismos ni filtros de Instagram donde estás exactamente, donde has llegado de verdad y de donde no te has movido. Porque septiembre no perdona las perezas del pasado y solo deja pasar a los que han triunfado en los cánones de los magazines televisivos (sí, solo esos triunfadores) Y con septiembre el riesgo de exclusión social es tan elevado que visión positiva de su llegada se me hace imposible.


jueves, 12 de septiembre de 2013

Parar de leer

Leyendo el blog del Centro de Estudios Literarios Antonio Román Díez de Badajoz ( CELARD ) he encontrado una de las frases utilizada en su concurso de micro relatos: "No me mates, deja de leer". Y es que no querer matar al personaje es algo que a todos nos ha pasado, no ser asesinos de aquellos que nos están acompañando y sobre todo nos están dando todo de sí mismos. El personaje por malvado que sea te resulta sobre todo, por la propia naturaleza de la actividad lectora, cercano. Tanto que pocas veces, por muy abyecto que se nos presente, puedes matarlo sin ningún tipo de dilema moral o de pellizco interior. Insisto, incluso a los más abominables cuesta dejarlos ir. 

Más duro es sin duda cuando el final viene poco a poco anunciándose en el texto. En esas obras en las que adivinas como el sufrimiento se convierte en el permanente compañero, en su tónica vital hasta doblegar a nuestro protagonista y hacerlo sentir desesperado. Resulta insoportable verla caminar poco a poco desde su cuarto hacia la puerta de la calle. Presa de los celos y viéndose víctima de la mayor traición posible; "observar" cómo sale de su casa y la deja atrás, sentir como se le acelera el pulso a medida que se acerca a su único destino. Se adentra en aquella estación que reventó su vida y, Anna, con su belleza incontestable, con toda su vergüenza y su amenazadora presencia llega a las vías del tren. No hay opciones, ni luz al fondo ni oportunidades. Ése es su único sino, su única opción. 


Entonces no quieres continuar. Quieres detenerla, sentarte a su lado en un banco y contarle que hay posibilidades, que hay elección. Que el tiempo en que las pasiones son duramente castigadas pasó, que en este tiempo, en este lugar puedes enamorarte Anna, puedes amar perdidamente, entregarte y embriagarte del otro. Vivir el amor carnal y espiritual con quien libremente escojas. Elegir el hombre con el que quieres pasar tu vida, equivocarte en la elección, rectificar y seguir. Anna podrás dar marcha atrás. Si no es con Vronsky serás feliz con otro, disfrutarás de tus hijos, pasarás el dolor y vivirás si quieres sola. Porque aquí, en este tiempo y en este lugar, puedes vivir libremente. 

Y ahora me doy cuenta que es literalmente en este momento y en este lugar. Que hoy en este planeta, y tanto tiempo después de la publicación de Anna Karenina ((1877), el destino de Anna sigue siendo el único posible para tantas mujeres, para tantas niñas en demasiadas partes del mundo. Que las obligan, las doblegan, las humillan, las violan, les arrebatan la esperanza y la posibilidad de vivir. Es descorazonador, duele y horroriza y quieres parar de leer.



miércoles, 11 de septiembre de 2013

La ciudad te seguirá...

Las ciudades, las grandes urbes y capitales inspiran. Este rasgo atrae hacia ellas a jóvenes artistas de todos los ámbitos: escritores, pintores, cineastas, poetas. Todos ellos buscan en las capitales la oportunidad pero también es cierto que, en mi opinión buscan la inspiración. Es un viaje que a veces recorre el camino contrario cuando el artista en cuestión ya está consagrado y huye a una especie de retiro voluntario. 

Lo cierto es que una ciudad y su gente a mí me resultan de lo más inspirador. Yo siempre he sentido esa alucinación de los no urbanitas por las ciudades. Siempre he vivido en pueblos no muy grandes cercanos a ciudades no muy grandes. Pero el hecho de acercarme a alguna de ellas, las ciudades, o de residir en alguna me hacía sentir distinta, mejor. Las ciudades siembran en mí la semilla del arte y de la superación intelectual. Algo que no es que me abandone cuando me voy de ellas pero que mientras estoy en ellas la semilla brota y brota hasta ocupar todo mi ser y llenarme de inquietud. 



En los tres grandes viajes que he hecho en mi escasa pero disfrutada vida viajera, siempre he ido acompañada de una libreta que he ido garabateando con letras y textos a veces sin sentido. Lo cierto es que desde el mismo momento en que el viaje tomaba forma los pensamientos no me dejaban tranquila y por ello tenía que dar salida a esa bomba a presión. Y el detonador de esta cadena era el simple hecho de observar. Observar a gente desconocida por completo, que viene y va, personas con las que a veces, por azares mágicos que te brinda la ciudad, te cruzas dos veces en tu viaje a  las grandes Bruselas, Viena o Ámsterdam. 




Observar las casas desde la calle, las ventanas sin esas persianas tan molestas que impiden que el interior despliegue todo ese encanto que deposita en tu cabeza un pequeño germen para que nazca una historia. Cotillear de la manera más sana las escenas diarias de una pareja o una familia en un salón amplio, en una pequeña cocina, ese hombre que se fuma un cigarro en su pequeña ventana. Desde luego observar es imprescindible para escribir y, en esta actividad de observación, para cualquiera que se quiera apuntar a ella, las ciudades son mucho más generosas.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Crónica de una decepción anunciada

El palo olímpico que hoy muestran todas las portadas de los periódicos españoles me parece un déjà vu. Lo cierto es que esta decepción mayúscula parece una vez más cosa de esa clase social llamada prensa. No creo que nadie en España diese por sentado ni que Madrid era favorita ni que por supuesto iba a ser olímpica. Es más, la noticia hubiese sido muy bien recibida si ayer por la noche nos hubiésemos enterado como quien no quiere la cosa de que nuestro país iba a volver a albergar unos juegos, o si con naturalidad se hubiese anunciado que finalmente Madrid no lo ha conseguido y que será Tokio la que los celebre. Lo que ocurre es que el tratamiento mediático en España, una vez más, se ha pasado de la raya. Que durante más de una semana no se hable de otra cosa más que de la candidatura. Que el país se haya parado durante una tarde entera como si estuviese, no ya celebrando la elección, sino la propia innauguración de los juegos es, a mi parecer, pasarse de la raya. Yo ni quería ni dejaba de querer unos juegos en Madrid. Veía muchas cosas negativas y como único rasgo positivo mi situación personal: si quiero ver unas Olimpiadas más me vale que sean aquí. Y es que nuestros medios, sobre todo nuestra televisión pública, parecen no aprender de la anual experiencia que supone,en esto de las elección o concursos por votos, Eurovisión. Todos los años se repite la misma canción previa al festival: la ilusión de la delegación española, lo encandilado que están los extranjeros con la gracia española, lo favoritos que somos. Esto mismo cada año, y esto mismo, por ridículo que suene también ayer y antes de ayer y toda esta semana escuchábamos una y otra vez de la candidatura de Madrid. Si la expectación no hubiese estado fuera de todo contexto, la "decepción" no hubiese sido gigante. Madrid hubiese vuelto sin ser elegida pero pudiendo volver a intentarlo sin este halo de cansino que no aprende y una y otra vez lo intenta. Pero claro, si esto hubiese tenido una cobertura dentro de los parámetros del sentido común nos habríamos perdido a Ana Botella ejerciendo de señora campechana y castiza en un discurso en un inglés botellero que no hacía ni una sola referencia ni al espíritu olímpico ni a la práctica o filosofía deportiva, no. Ella prefiere destacar las virtudes casposamente retratadas del pueblo madrileño reduciéndolo a un estereotipo preconstitucional. En fin, que perdernos eso en pro de la mesura mediática no sé si habría merecido la pena.

viernes, 6 de septiembre de 2013

De todos: mío, tuyo y también suyo.






En ocasiones valores supremos y deseables pueden tornarse peligrosos. España es un país solidario, qué duda cabe. Siempre que ha ocurrido una catástrofe y la desgracia azota a un pueblo o una región los españoles se vuelcan. Es uno de los países que encabeza la donación de órganos y no hace mucho que descubrimos como no sólo Galicia sino todo el país se volcaba en la donación de sangre tras el accidente del Alvia. Siempre hemos sido caritativos, quizá también por influencia del catolicismo, España es un país dado al trapicheo y a la caridad para lavar conciencias, igual que las bulas papales de hace siglos, a veces hay que soltar un poco de dinero para seguir pecando con la conciencia tranquila. Más caritativos que filantrópicos, por supuesto. Por eso no es de extrañar que sea en España donde tenga lugar el extraño caso del intento de apadrinamiento de estudiantes, para que salven a aquellos a los que el Estado ha dado la espalda y expulsa de la educación universitaria pública. Porque lo más sangrante de este asunto es que los estudiantes necesitados de padrinos son estudiantes de universidades públicas, no están pidiendo entrar en una de esas universidades españolas que te garantizan trabajo al acabar la carrera, ni desean hacer un carísimo máster que te coloca cuando lo acabas. 
Y es que en este país de solidarios y caritativos tenemos muy distorsionado el significado de lo público. Lo público es gratis, es mío, me pertenece y además no vale nada. El hecho de haber disfrutado de un estado de bienestar que ha permitido que disfrutemos por derecho de educación, sanidad y otros servicios sociales y culturales no significa que eso haya sido gratis. El hecho de que no paguemos una tasa cada vez que disfrutamos de un servicio no significa que no hayamos pagado ya por ello, es más, no significa que otros también hayan pagado por ello. Porque lo público no es gratis, es un gasto compartido, no es que o sea de nadie, es que es de todos. Lo que implica que sea mío pero también que sea de otros. Aunque quizás en este país entre socialista, tramposo y picaresco el concepto de la propiedad lo tengamos también distorsionado.