Miro a Allegra, me invade una enorme satisfacción cuando sin
decírselo sabe lo que pienso. Se tumba encima de mí mientras yo acaricio el
enorme tatuaje de su espalda. Alrededor de nosotros, mi salón. Un pequeño hueco
entre el baño y la minúscula habitación en la que nos amamos. Sólo un sofá, una
mesa amontonada de folios y cd´s y la nevera detrás de la puerta, contra la que
choca si la abres con fuerza. Ella me mira,
siento encima de mi cuerpo sus carnes croatas; escuchamos juntos la misma
música, la sentimos de la misma forma; entonces me cuesta respirar, me
angustia, me asfixia este sentimiento; me derrumba la sensación de felicidad,
el miedo a que no sea real, el temor infundado por otros de que no existe, que
el amor acabará, que cuando pase el tiempo, a lo sumo los 1096 días de rigor,
ya no la querré de esta forma. Que el amor no dura más, que lo que recorre todo
mi cuerpo no es más que una enajenación transitoria, no perdurará siempre ¿Acaso
no me excitaré dentro de tres años cuando Allegra me mire? Cuando me dé de
comer con las manos ¿no me relameré con gusto, acariciándome con la lengua de
nuevo mis labios, para degustar el exquisito sabor de su piel?
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