viernes, 11 de abril de 2014

Y el pueblo elegirá a sus representantes... House of Cards, sin spoilers.

House of Cards  lleva a la pequeña pantalla lo mejor y lo peor del mundo de la política. La realidad es que no observo similitudes palpables con nuestra política, la española,y son en estas diferencias en las que hallo la parte más positiva de la política americana. Básicamente la no existencia de eso que llaman de manera benévola "disciplina de voto" por la que el partido al que perteneces te sancionará si votas en contra de tus creencias, de tus intereses o de los intereses de aquellos a los que representas. 

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Eso es lo que más me atrae, al igual que me pasó con la película de Spielber, Lincon, el ejercicio de democracia que a veces nos muestran los cineastas americanos sobre sus artimañas políticas es más que atractivo e imposible de trasladar a nuestro país. Ahora bien, no es oro todo lo que reluce... Desde luego la serie nos enseña todos esos poderes que acaban decidiendo el devenir de las políticas que marcan nuestra vida y que nada tiene que ver con eso que proclaman las constituciones democrática, es decir, la soberanía nacional brilla por su ausencia. Y es aquí en donde puedo ver como es éste un fenómeno global, aquí sí que encuentro parecidos con nuestra clase política.  

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No puedo imaginar a nuestro presidente dando explicaciones en una dura rueda de prensa, o frente a un periodista de talla al que de alguna forma le tenga miedo. No, al igual que no puedo imaginar a ningún presidente de un país desarrollado dando una "rueda de prensa", si es que se puede llamar así, a través de un plasma. Pero sí que puedo imaginármelo víctima de las presiones de empresarios, claudicando ante líderes internacionales, ignorando lo que necesitamos de verdad y no lo que molestará menos a aquellos a los que le debe su puesto. Aquí encajaría perfectamente. 

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En general la segunda temporada de House of Cards me ha resultado más atractiva que la primera, más política, más despiadada, no sé si más real, no sé si más rigurosa. Espero que no, porque si es así, nosotros, el pueblo, no pintamos nada. 


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