viernes, 22 de noviembre de 2013

Last tango in Halifax, una delicia.

Last tango in Halifax es la última delicia que he disfrutado en el amplio mundo de las series. La ternura y la calidez que recorren los seis capítulos de esta pequeña joya me hicieron pasar un fin de semana de lo más británico. Y es que este manjar es, de nuevo, una serie salida de la BBC que últimamente me tiene absolutamente postrada a sus pies.



La serie habla de las segundas oportunidades que a veces aparecen ante nosotros y desarrolla de una manera muy dulce y también a veces un poco excéntrica ese refrán que proclama "nunca es tarde si la dicha es buena" . Uno de los pilares de la serie, sino el fundamental, es el tema universal de las relaciones familiares. De los nuevos tipos de familia que van apareciendo y de lo que siempre las ha unido a todas: ese lazo que les mueve a quererse y a cuidarse unos a otros. Sé que han anunciado una segunda temporada, que por lo que tengo entendido, a consecuencia de lo igualmente ocurrido con la primera, tampoco llegará a España. Y es que sigue siendo muy curioso lo que ocurre con la ficción española. Las series de aquí siguen a años luz de las americanas y las británicas, y no sólo por presupuesto, el principal defecto es a mi juicio la temática que repiten una y otra vez y que exactamente no sé a que quiere referirse. 

El tema que reina en la televisión privada es la familia. Los problemas de pareja, las relaciones con los adolescentes, el sempiterno abuelo bonachón, el vecino amigo leal del bar... La realidad es que soy española, siempre he vivido en España y nunca he sentido el más mínimo atisbo de indentificación con ni un solo personaje de ninguna serie española. 

El boom de la ficción patria comenzó cuando yo contaba con unos doce o trece años, quizás algunos menos. Las series como ya he dicho, abarcaban a la familia en todas sus franjas de edad: niños, adolescentes, padres, madres, tías y finalmente los abuelos. No existe un sólo adolescente de serie española que me parezca real. Ninguno de ellos tiene absolutamente nada que ver ni conmigo ni con nadie que yo conociese. No sé si se debía a que yo siempre he vivido en pueblos pequeños y la mayor parte de las series transcurren en ciudades, pero nada de lo que hacían ellos me parecía real. Luego estaban, claro, los padres, madres y tías de los niños en cuestión. Esas mujeres cuasiperfectas que trabajaban e iban siempre impecablemente vestidadas y peinadas y a las que les preocupaban absurdeces varias a los ojos de mi madre . Esas a las que yo tampoco conocí nunca; mi madre era ama de casa y vivía entregada a su familia y las madres de mis amigos que trabajaban, desde luego no creo que se sintiesen muy identificadas ni con Lidia Bosch ni con Belén Rueda. 

No es cuestión de dinero, es cuestión de guión, de calidad en lo escrito. Los diálogos, los actores, las situaciones que reflejaban no sé de dónde las sacarían pero desde luego no de la sociedad española, de la que siempre intentaban ser espejo, forzando temas que quizás estuviesen de actualidad o fuesen noticia pero que parecían metidos con calzador: embarazos adolescentes, intentos de violaciones, inmigración, anorexia o bulimia... Es más, no quiero que una serie me refleje a mí o a mi país, que los guiones de uno y otro capítulo salgan de los titulares de la semana. Sólo espero que me enganche con un tema que al menos me parezca verosímil aunque diste mucho de mi día a día. Es una vergüenza los productos televisivos que triunfan,  este hecho refleja también el nivel de exigencia de este país, que en la televisión, como con todo, parece muy muy bajo.


Sin duda yo también sería arrogante y altiva si fuese británica, tienen la BBC, motivo sobrado de orgullo nacional.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Despertando de la estupidez gracias a Demasiada Felicidad de Alice Munro

Alice Munro era un nombre que tenía escrito en una especie de lista "to read" En ella figuraba sólo su apellido, Munro, pues había leído recomendaciones de su obra por blogs en internet y también en artículos de alguna que otra edición digital de ciertas revistas culturales. De modo que cuando se hizo público que le concedían el premio Nobel de Literatura no era una autora que me resultase una absoluta desconocida. Lo que sí es cierto es que su obra no la había vivido nunca. Y digo vivido porque no me viene otro verbo mejor para describir o intentar explicar los sentimientos que he experimentado mientras he leído los cuentos que componen esta maravilla de libro, Demasiada Felicidad. 


Los personajes de Alice Munro están tan bien descritos y tan bien plasmados en sus textos que la humanidad que rebosan va más allá del personaje literario protagonista de la obra que lees, acaban convirtiéndose en compañeros (compañeras) de vida con las que sufres, con las que te alegras, con las que lloras o con las que te inquietas. Una sensación que pocos grandes de este oficio consiguen. Pues bien, no lo revelo yo al mundo, pero Alice Munro lo es. Uno de los grandes. En cuanto a personajes podría decir que  de los  más grande con los que me he encontrado. Desde luego en cuestión de personajes femeninos nadie ha conseguido llegarme de la manera que esta mujer lo ha hecho.


Descubrir a Alice Munro no ha sido descubrir sólo su obra, sino para mí ha supuesto descubrir una forma narrativa. Los cuentos. A los cuentos yo los había tontamente prejuzgado creyéndolos menores, incompletos. Absurdamente y de forma imperdonable consideraba que el cuento era una especie de novela insuficiente, a medio camino y sin acabar. Que sus autores no habían conseguido resolverlos de manera apropiada, que no habían logrado construir una novela. Qué estúpida.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Y de repente una escena.



Una tarde cualquiera te encuentras con una película sin pretensiones que te emociona y consigue eso que se expresa con esa frase hecha ya tan manida: dibujarte una sonrisa. Y de repente una escena.

Un coche. Dos jóvenes en su interior. Lluvia y una canción que comienza a sonar  poco a poco. Empieza bajito y compás a compás va ascendiendo. A veces no se necesita más para que el cine despliegue esa magia genuina que lo caracteriza. Y se basta con una interpretación correcta, los cuidadosos planos adecuados, unos ojos que se emocionan de verdad. Y la canción, por supuesto, la canción. 

Todo eso que encanta del cine, que encandila, que te conmueve. No sólo los clásicos son los que guardan el monopolio de la grandeza del cine. A veces cualquier joya inesperada puede alegrarte el día. 







viernes, 1 de noviembre de 2013

1 de noviembre




El día 1 de noviembre es un día que me divide. Por un parte es una fiesta que podría decir casi que me espanta. El ritual de ir al cementerio con flores naturales o de plástico, limpiar las lápidas, ponerse guapa por la tarde y visitarlo con todas las sepulturas ya "listas y arregladas". Esta era un fiesta que vivía completamente al margen, para mí era un día festivo y punto. 

Pero este año y encontrándome rodeada de mi familia  he vivido este día de manera completamente distinta resultándome entrañable, conmovedor incluso, Visitar el cementerio con mi madre, mi tía, mi prima; acercarnos a los nuestros y observar lo arraigada que está el ritual del primero de noviembre. 

Ahora el resto del día lo viviré con mi pequeña y particular familia de tres. Al final va a resultar que este día me acabará encantado.